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31 de gen. 2012

PROMOVER LOS DEFECTOS - ARTíCLE D'ANDRÉS RUBIO

Hola a tots,

A continuació us adjuntem un artícle molt interessant que l'Andrés Rubio ens fa arribar. És molt difícil entendre l'AESE sense l'Andrés. És, sense cap mensa de dubte, un dels millors actius de la secció tant a nivell personal com tècnic.

I ningú millor que ell per ser el primer que comparteix amb nosaltres en el nostre blog, experiències i pensaments sobre el nostre esport. 

Moltes gràcies i felciitats per l'artícle. 


Promover los defectos

Ser entrenador, de cualquier deporte, no es fácil. Son muchos los detalles a vigilar, desde los más puramente deportivos hasta la convivencia y el respeto entre los jugadores a nuestras órdenes. Si se me permite, ser entrenador de formación, es aún más complejo. Tener que lidiar entre la seducción de los resultados y el progreso de los jugadores es una tarea tan y tan complicada que, a día de hoy, aún no conozco a nadie que haya sabido llevarlo completamente bien.

Los cantos de sirena de la competición se erigen como el principal escollo para ser un buen entrenador de formación, sea cual sea el emisor. La formula de resultados igual a buen trabajo es excesivamente sencilla para una labor que todos definimos como complicada. Esta contradicción debe ser, siempre, nuestro primer pensamiento a la hora de planificar una temporada, un partido o un entrenamiento.

Puede que estemos cometiendo un error de base. Durante años, se ha considerado un buen entrenador a todo aquel que ha sido capaz de explotar las virtudes de sus equipos y sus jugadores. Error. El trabajo de formación debe ser exactamente el contrario, hemos de intentar, por mucho que nos pese, promover los defectos. Hemos de incitar al error, hacer evidentes nuestras carencias, no hemos de tener miedo a perder. Se debe buscar la victoria, como no, pero siempre intentar ganar a través de nuestras peores armas.

Durante estos últimos años, como entrenador de baloncesto de formación, he perdido muchos partidos, más de los que he ganado. Y no es cuestión de presumir, pero ha habido muchas derrotas en los que uno se lleva la impresión que, con un par de ajustes, se podría haber ganado. Ajustes, eso sí, que hubieran ido en contra de la filosofía de lo que debe ser un buen trabajo de formación.

Hace pocos días, sin ir más lejos, perdí nuevamente. El otro equipo era rapidísimo. Era conseguir robar la pelota y salir volando hacia campo contrario, anotar una entrada sin oposición y vuelta a defender. Las consignas del entrenador rival, además, versaban sobre esto por lo que los niños, aparentemente, estaban haciendo un buen trabajo. Pero puede que se equivocaran, porque poco a poco se están especializando en unas acciones muy concretas del juego, están cogiendo unos automatismos muy definidos pero no están creciendo en otros aspectos que posiblemente les serán útiles en el futuro. Además, el peso lo llevaban precisamente los jugadores que tenían esa punta de velocidad, el resto prácticamente ni intervenía en el juego.

Las instrucciones deberían haber sido totalmente contrarias. El equipo progresaría más si se le hubiera “obligado” a parar, a tener que buscar otros recursos para anotar. A la larga, se beneficiará mucho más si se recortan sus virtudes (ahora que la palabra “recortar” está de moda) y se promueven sus defectos. Posiblemente el partido lo hubieran perdido pero hubieran ganado como jugadores, hubieran comenzado a ganar otros recursos. Y al final, ¿no se trata de eso? Como entrenador hay una frase que siempre me gusta repetir y que intento hacer entender a todo aquel que quiera escucharla. No debemos entrenar al infantil o al mini de determinado club, hemos de entrenar a los futuros jugadores sénior de esa entidad. Siempre mirar a largo plazo.

Pongo como ejemplo a este equipo (de cuyo nombre no quiero acordarme) pero no quiero ni mucho menos demonizar a su entrenador. Todo lo contrario, siempre tuvo mucho respeto con ellos, con los árbitros y con nosotros, además de hacer jugar exactamente los mismos minutos a todos los niños, cuando tenía a tres muy por encima del nivel medio del equipo. Tuvo detalles muy positivos e importantes pero puede que se esté equivocando en explotar demasiado determinadas virtudes, obviando otras.

Por otro lado, tampoco estoy pidiendo que estas instrucciones lleguen en el mismo partido. Todo lo contrario, soy amante de dejar a los niños “libres”, que cometan sus errores y sus aciertos. El partido debe ser un test para el entrenador, averiguar si las consignas dadas durante la semana han tenido efecto. Un jugador que tira con la derecha cuando entra por la izquierda está advirtiendo a su entrenador de que el trabajo no está siendo bueno, le está dando un toque de atención. El partido debe ser una prueba para todos, pero principalmente para los responsables, que deben evaluar si los gestos técnicos tienen la suficiente presencia. Si no la tienen, está claro que la culpa recae sobre la figura del entrenador.

Jugar sin miedo a perder, trabajar en contra de la propia competitividad, con todo lo que eso conlleva, es muy arriesgado. No todo el mundo tiene porque entenderlo y posiblemente haya gente que no esté capacitado para ello. Personas cuyo conocimiento del baloncesto es limitado o aquellas que simplemente tienen una visión diferente del mismo deporte, igualmente respetable. Además, es posible que como sociedad estemos más educados para pensar a corto plazo. La archicomentada crisis económica actual, sin ir más lejos, puede ser un excelente ejemplo de este hecho.

Yo mismo tuve una mala experiencia hace unos pocos años. Algo que, con el tiempo, y siempre mirándolo desde la distancia, agradecí. Recibí un equipo mini que jugaba de memoria. En poco tiempo aprecié que parecía que todo el mundo tenía clara su función y el juego se basaba en lo anteriormente puesto en duda: defender, correr y anotar. Pocos recursos más, muy pocos. Intenté hacer más evidentes sus errores, intenté competir privándoles de las virtudes que hasta ese día les habían hecho ganar, quise que no se especializaran en dos o tres acciones. Y fracasé. Quizá no desde el punto de vista técnico, pero sí desde el punto de vista humano. Porque si al final de año unas cuantas deciden marcharse a otro club, es que la comunicación no ha sido efectiva. Y pese a que sigo pensando que el trabajo técnico fue muy bueno (de hecho, en lo poco que las he visto a posteriori he podido reconocer muchas cosas que se explicaron durante nuestra etapa conjunta), el caso es que al final aquello no acabó bien.

Pese a todo, no cambiaría ni un ápice de aquel año. Creo que, su punto de vista, fue que la pérdida de protagonismo en los partidos respondía a una falta de progresión. No estoy de acuerdo, más bien creo que fue al contrario. Pero insisto que si no fui capaz de hacer entender lo que se estada haciendo, es que la comunicación no fue lo suficientemente fructífera. Y no es un detalle banal. Lo lamenté entonces y lo sigo lamentando pero pocas veces he aprendido más que de aquella situación. La mejora a partir del error también es algo válido para nosotros, por lo que aquella experiencia no hizo otra cosa que reforzarme.

Conseguir explicar las virtudes de los defectos se me antoja como la tarea más complicada a la que debemos enfrentarnos. Que todo el mundo entienda que los errores y las derrotas son positivos no es algo fácil, pero debemos luchar por ello y sobre todo, debemos perder el miedo al fracaso. El camino fácil es el de la victoria, es evidente. Pero hay algo que todo el mundo debe tener claro: con las piezas adecuadas, conseguir un equipo competitivo es relativamente sencillo. Aquí está el gran engaño de muchos clubes que aspiran, sin éxito, a ser grandes. También el de entrenadores con demasiadas ganas de hacer notar su nombre en poco tiempo. Lograr la progresión individual de todos los jugadores es lo realmente complejo y quizá es en lo que menos tendemos a poner el acento. Como siempre me gusta repetir, el día que entrene un equipo de formación que juegue bien, por favor, que alguien me avise. Ese día dejaré el equipo.